Durante años, la biometría (huellas, rostro, voz) se presentó como la llave maestra de la seguridad digital. Hoy, ya es parte de la vida cotidiana: desbloqueamos un celular, autorizamos pagos o validamos transferencias con ella. Pero el reto apenas comienza: ¿qué pasa cuando esa información única e irremplazable se ve comprometida?
El 2026 marcará un antes y un después. La combinación de biometría con blockchain dejará de ser un experimento para convertirse en el nuevo estándar de seguridad financiera. Los pagos móviles autenticados por biometría superarán los 3 billones de dólares al cierre de 2025, abriendo paso a una ola de innovación y, al mismo tiempo, a nuevos riesgos.
Hoy, la mayoría de bancos, fintechs y SOFIPOs almacenan datos biométricos en servidores centralizados. Un solo ataque puede abrir la puerta a información imposible de restituir: no hay forma de cambiar una huella digital como se cambia una contraseña. En un mundo de ciberataques cada vez más sofisticados, esta vulnerabilidad no es hipotética: es sistémica.
Aquí entra blockchain. Más allá del hype de las criptomonedas, la cadena de bloques ofrece lo que la biometría necesita: un sistema distribuido, trazable e inmutable. En lugar de exponer la huella o el rostro en cada transacción, blockchain solo registra un identificador criptográfico imposible de manipular.
El resultado:
Las instituciones ya confían en la biometría porque facilita procesos y elimina fricciones. Pero la credibilidad de esta confianza se erosiona si los datos no se protegen de forma adecuada. La combinación biometría-blockchain no es solo un tema técnico: es una cuestión de reputación, compliance y sostenibilidad del ecosistema financiero.
El 2026 no será el año en que la biometría desaparezca, sino el año en que dejará de caminar sola. La unión con blockchain marcará el inicio de un nuevo modelo de identidad digital: más seguro, más transparente y más confiable.
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